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Lunes a Viernes de 13.00 a 19.00 hs. 1 Piso de la Sociedad Hebraica Argentina - Sarmiento 2233

viernes, 29 de agosto de 2014

Misceláneas judías para la pausa del Sábado

3 de Elul de 5774
 
Una mirada hacia Jerusalém
                                           de Naim Araidi

Tal vez podríamos juntar
todas las grandes piedras
de las colinas de Jerusalén.
Tal vez podríamos construir
otro Muro
otra Mezquita
y otra Iglesia.
Tal vez.

Olvidaremos los errores del pasado.
Tal vez construiremos por fin
otra ciudad
no en las colinas de Jerusalén.

La llamaremos Jerusalén.


Traducción: Luisa Futoransky y Marta Teitelbaum
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Naim Araidi es un poeta y filólogo israelí, de origen druso, nacido en 1950, en Kfar Mar`ar, en la Galilea. 
Es Doctor en literatura por la Universidad de Bar Ilán. Su tesis versó sobre la poesía de uri Tzvi Greenberg. Es Director del Centro de Literatura para niños árabes. Su poesía sumerge la historia personal en un crisol encendido y su componente principal son las aristas del complejo punto geográfico en el que le tocó nacer: la Galilea, tierra de iluminaciones, de sangre y de mística ancestral. 
Ha creado y organizado el Festival Internacional de Poesía Nisan que se realiza todos los años en su aldea drusa natal, Kfar Mar´ar.
Ha sido traducido a catorce lenguas. Desde 2012 es embajador israelí en Noruega.

viernes, 22 de agosto de 2014

Misceláneas judías para la pausa del sábado

26 de Av de 5774
 
Un árabe en el sótano (1) 
de Zippi Sharoor

Le conté a Ibrahim, el lavacopas de la cafetería Satwa en la que soy mesera, acerca de las ratas que pululan en el sótano de mi casa y roen el libro El Cantar de los Cantares.
- No tengo ningún problema en desalojar a tus roedores – dijo Ibrahim, a quien en la cafetería llaman Eibi – me los llevaré junto con sus excrementos, solo si hablas con Shmil para que me traslade al mostrador.
Eibi ya había detectado la preferencia que Shmil siente por mí.
- Tengo cierta antigüedad, pero sigo clavado en la cocina, porque soy árabe.
Hablé con Shmil. Las ratas continuaron royendo líneas completas del papel cromo mate, 150 miligramos, encuadernación de 350 miligramos, laminación artesanal francesa, con relleno hebreo dinámico. Eibi no obtuvo su ascenso en la cafetería Satwa, se enojó y me dijo en voz baja que, si fuera un poco más musulmán, se convertiría en un shahid (terrorista suicida) y haría explotar la cafetería, junto con todos aquellos que vienen de la India y de Sudamérica, y se la pasan sentados allí, drogados por los porros y la hierba que Shmil les vende. Y que él no crea que no ve lo que sucede; una palabra suya y lo liquida.
- ¿Qué crees... que no me doy cuenta de que la mitad de los que se encuentran acá están enloquecidos por las pastillas y los hongos alucinógenos?
Fuera de eso, Eibi no cree que 70 vírgenes lo esperen porque ya no hay 70 vírgenes, ni siquiera en toda su aldea.
- ¿Qué me miras así? No hablaba en serio, ¿parezco tan chiflado? Es que quiero ser actor.
Eibi estudia teatro en un centro comunitario en el sur de Tel Aviv, es lo que puede permitirse y lo que le conviene por las horas de trabajo en la cafetería.
- Entretanto, esto me alcanza y quizás, allí, alguien me descubra – explica.
El opina que su acento árabe lo ayudó a ser aceptado en el elenco.
- Están montando una obra sobre la convivencia esa que ustedes inventaron, tal vez por eso recibamos más apoyo de la Municipalidad y de una organización internacional. La directora dijo que había una fundación especial dedicada a obras de teatro de este tipo. Dios existe, como dicen ustedes, porque yo les caí justo en el momento preciso.
El teatro calma su necesidad de vengarse de Shmil y de los vagos de Satwa.
- Es por mi laicismo árabe – se ríe.
Al final de la conversación, en la que esencialmente habló él, nos hicimos un poco amigos, le prometí ir al estreno y quién sabe, tal vez lograse convencer a Shmil de que lo promueva. Me contó que ese día asistiría el alcalde, los que hicieron la donación y algunos personajes importantes del mundo del teatro. Por su parte, él llevaría a su madre, su hermana y su hermano gemelo.
- Pero no esperes demasiado... - dijo – no te olvides que no es teatro profesional.
En el descanso, entre los turnos, Eibi se sienta a mi lado y aprovecha cada oportunidad para hablar sobre la obra de teatro comunitario. Ensaya conmigo algunas escenas y asegura que tengo cabeza artística.
- Podrías ayudarnos a escribir el texto. Lo escribimos nosotros mismos. Yo interpreto el papel del muchacho árabe bueno, que pasa de casualidad junto a un jardín de infantes, en el momento exacto en que llega un terrorista árabe, que pretende hacer explotar el jardín y a los niños pequeños.
- Entonces tú evitas la catástrofe – digo con cinismo, pero me arrepiento, porque él responde con seriedad.
- Yo, es decir, el árabe bueno, soy herido y después la policía de Israel me otorga una medalla al mérito. Pero no es tan simple como piensas, él se recupera, pero en el hospital se enamora de una enfermera.
- ¿Una enfermera judía?
- ¡Por supuesto! Es una obra política, no una telenovela. Convivencia, como a ustedes les gusta. ¿Entiendes lo gracioso del asunto? En el teatro interpreto el rol de alguien que salva niños judíos y ayer a la noche, cuando regresé del ensayo, el dueño del departamento me echó porque descubrió que yo era árabe. Hablo contigo sobre la convivencia, mientras mi cabeza está ocupada en resolver dónde iré a dormir esta noche. Si viajo a la aldea, no lograré llegar a tiempo mañana al trabajo.
- Tengo un sótano, pero con ratas. ¿Quieres vivir allí mientras tanto?
- No temo a las ratas. Te dije que iba a sacártelas.
- No hay muebles allí. Solamente libros.
- Tengo un televisor, una cama y un pequeño armario. ¿Hay suficiente lugar para eso en el sótano?

Eibi expulsó a las ratas del sótano, raspó los granos de excrementos que se había secado sobre le suelo, juntó los restos de papel roído, lavó, aireó, extendió una alfombra, colocó un colchón que había traído consigo de la aldea y lo cubrió con una manta a rayas aterciopelada, que había recibido de su hermana. Colgó de la pequeña ventana la longi que había tomado de la cafetería y sobre la pared expuso la foto de una belleza hindú, que lucía un sari verde. Colocó el pequeño armario junto a la pared y, sobre el piso, el televisor blanco y negro.
- Te armaste un hermoso departamento – dije – Puedes disponer de mi cocina, el servicio y la ducha, y también puedes mirar películas en un televisor “normal”.
Eibi me preguntó si me parecía correcto que un árabe se sentase sobre mi cama y mirase conmigo televisión.
- Mientras mi madre no lo vea, es correcto – respondí.
- A veces creo que eres buena conmigo, solamente porque soy árabe.
- ¿Qué es la convivencia? ¿Algo más que esto? Míranos, sentados descalzos, juntos, sobre la cama, con las piernas levantadas, observando el mismo programa de televisión, comiendo maníes del mismo plato, sorbiendo cerveza de la misma botella y riéndonos y emocionándonos de este programa para retardados.

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(1) fragmento del libro Almas gemelas, Editorial Gvanim, 2007.
Este fragmento fue publicado en la antología El libro de la paz, compilado por Yaron Avitov (Ecuador, 2010), con traducción de Tamara Rajczyk. 

El libro de la paz reúne, por primera vez a escritores israelíes - judíos y árabes - en un proyecto literario por la paz,  a través de relatos y poemas escritos por los escritores más representativos de Israel

Zippi Sharoor nació en Tel Aviv. Es escritora, poeta, editora de la revista de la Asociación de Escritores de Israel y coordina talleres de escritura. Ha publicado mas de una veintena de libros. Obtuvo cinco premios literarios y ha sido traducida a varios idiomas.

jueves, 14 de agosto de 2014

Misceláneas judías para la pausa del Sábado

19 de Av de 5774

Exodo y exilio (fragmento) de Arnoldo Liberman*

… ese pequeño hecho histórico – vivir en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, Argentina, en el momento en que en Europa gaseaban a miles de niños como yo – hizo que retuviera, recordara e intentara modificar aquello que me era inferido sin consulta, que me determinaba sin albedrío, que me designaba sin darme opción. Judío en un mundo que no terminaba de aceptarme, esta negatividad debía ser el núcleo mismo de una opción creadora, un mundo que debía cambiar también para mí. Muchos años más tarde, ya exiliado en Madrid, recordaría insistentemente a mi abuela, a mi bobe, comunista rusa de la revuelta de 1905, que encendía velas para las fiestas judías: “Acordate de Moisés sin olvidar al general San Martín”, me decía. Hice de estas palabras una máxima de vida. Yo era un argentino de raigambre europea y criolla (abuelos y padre venidos de la Rusia de los zares, exactamente de Ucrania, y madre nacida en Argentina), con la sangre transitada por dos vertientes y con mi cuerpo como campo de batalla de mis esforzados intentos por ser la suma de esas dos vertientes. Por eso, claro, yo era el emergente de esa cupla que mi bobe me indicaba: Moisés y José de San Martín. Esa singular pareja había marcado a fuego mi infancia, y yo – que quería rescatarlo todo, el pescado relleno y el asado con cuero, el freilaj y el tango, el Día del perdón y el Día de la Independencia, las anécdotas contestatarias de mi bobe y la historia de mis próceres argentinos que liberaban a los pueblos de Chile y Perú – yo, digo, vivía en una realidad fáctica y a la vez fantasiosa. Mis horas del día eran de argentino como todos. Pero en esa aparente homogeneidad subyacían pruebas incuestionables que de ese como todos no era más que una ilusión de adolescente. Yo era un gaucho pero mis espuelas estaban hechas con la Estrella de David. Yo era como todos pero todos no eran como yo. En mi casa flameaba la bandera argentina en todas las efemérides patrias, pero grupos de exaltados pasaban frente a nuestras puertas gritando consignas antijudías, tanto frente a la farmacia de mi madre como ante nuestro hogar, cercanos uno de otro. Yo debía crearme a mí mismo, en respuesta a dichas consignas pero sin traicionar la patria presente y mis amigos de infancia. Créanme, aun siento en el esternón aquellos gritos, aquella humillación, aquel temor.
Entonces surgió la parábola, el tentempié chaplinesco, la voltereta circense de mi imaginación: en la medida de mis fuerzas yo debía ser un rebelde, oponerme tanto a los nazis de Europa como a los de mi propio país, resolver la contradicción aparente con un testimonio de mis opciones ideológicas. Rebelde contra un destino que no me aceptaba, contra el chantaje anímico, contra la arbitrariedad ejercida sobre las ideas. Rebelde contra una Historia que me hacía un rebelde. No estaba dispuesto a transigir en una negación que comprometía mi fidelidad a mis huesos, a mis pertenencias y a mi patria. Yo era argentino porque había nacido en una tierra que era mía y en un himno que era mío, pero era a su vez aquel niño asesinado en Auschwitz. El mundo debía aceptar mi doble pertenencia y yo, insisto, estaba dispuesto a no vivir de mala conciencia. Todo servía para diagramar esta nueva definición de mis tribulaciones y hacerme dueño de mi mismo. Yo era argentino porque partía de un hecho inatacable: mi tierra, el lugar de nacimiento, mi ámbito de flujos e identificaciones, mi mundo afectivo, social y psicológico, mi patria maternal y concreta. En esos límites se jugaban mi devenir como hombre, mis vicisitudes intelectuales y mis sueños revolucionarios. Mi primera y esencial forma de autorreconocimiento. Yo reinvindicaba mi derecho de estar codo a codo con el resto de los argentinos y de allí mis conflictos pasaban a ser otros: mi desobediencia a un modelo constituido y arbitrario, mi rebeldía ante lo preestablecido, el reiterado dedo en la llaga, una justicia por venir. Un profeta judío, Jeremías, me había enseñado aquella conducta: “Cuando hablo, grito, grito contra la violencia y la opresión”. Frente a las ideas totalitarias, devastadoramente omnipotentes como manadas de búfalos, la lucha por una identidad múltiple y creadora. Como decía León Rozitchner, yo no olvidaba mis orígenes “desde mi sangre engranada con los padres no negados, con la propia historia asumida sin vergüenza”, y a su vez, frente a la psicopatología del gueto, las multiplicadas puertas de una lucha común a todos. Desde allí yo era argentino, judío y universal, como la aldea de Tolstoy. Ya que no podía abandonar aquellas identidades sin sentirme inauténtico – en el sentido más existencial y profundo del vocablo – debía hacerme con ellas, soldando mis distintos fragmentos, mi imaginario sin tierra, mi shtetl sin cuerpo, la tierra de mis colinas y el cuerpo de mis interrogantes. Yo no quería ser una abstracción, una construcción intelectual nacida de reflexiones humanistas, sino algo más, estar en la lucha con mi sello personal, alejado de todo absoluto totalizador pero inserto en la realidad, vigente en mis opciones más carnales: compromiso e integración, al fin. Sólo la posesión da derecho al ser: lo había leído en alguna parte, pero aquella mirada debía materializarse a través de la posesión de mí mismo. No carecía de contradicciones pero ellas me alimentaban, me incluían, me legalizaban. Tenía dos nacimientos pero un solo carnet de identidad: argentino-judío, nacido el 26 de junio de 1933 en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, Argentina, hijo de Salomón y Enriqueta. Desde allí, todo. Sin él, nada.
Ese imperativo categórico, insisto, no tenía un rigor abstracto (fácil de eludir como toda abstracción) sino que nacía desde mis arterias, donde era imposible expulsar cualquier vivencia e instalarme en la duda. Mi lenguaje estaba dañado desde mi infancia y con aquellas palabras debía – frente a otras que mantienen su cotización mentirosa – saldar cuentas con un pasado impertérrito. Frente a él estaba solo, con ese sentimiento de incompletud que nace en el fracaso de un sentimiento de integración plena. Sentimiento que se potenciaba ante la dura evidencia de que habría ya cosas que no recuperaría jamás. Debía decir con palabras sentimientos que aunque otros quisieran tachar les fuera imposible. Y ese lenguaje debía ser hijo de la memoria, con ella se iniciaba la justicia. Y aunque la palabra se había emputecido y sus diáfanas significaciones había perdido su transparencia inicial, yo debía insistir con ellas. George Steiner, en un ensayo titulado El vacío milagroso, me advertía: “Usen una lengua para concebir, organizar y justificar Belsen; úsenla para prescribir detalles para las cámaras de gas, úsenla para deshumanizar al hombre durante doce años de calculada bestialidad. Algo les ocurrirá. Hagan de las palabras lo que Hitler y Goebbels y cientos de miles de Untersturmführer hicieron; vehículos de terror y falsedad. Algo les ocurrirá a las palabras. Algo de las mentiras y el sadismo se penetrará en la médula del lenguaje. Imperceptiblemente al comienzo, como los venenos de radiación penetran en el hueso. Pero el cáncer comenzará y sembrará la destrucción. La lengua no podrá ya crecer y reverdecer. No podrá ya desempeñar, como hiciera antes, sus dos principales funciones: la transmisión del orden humano que denominamos ley y la comunicación de lo vivo del espíritu humano que llamamos gracia”. Pese a esta profecía deletérea y este diagnótico doloroso, yo debía insistir en las palabras. Porque la violencia que ejercen los regímenes totalitarios no es sólo física sino metafísica: el objetivo último, como lo ha comprobado la historia, no es la desaparición física de un sujeto sino la aniquilación de su memoria, a quien se pretende evaporar del proceso de los vivos y, aún más, que su presencia en la tierra nunca hubiera sucedido. Las fotos que portaban las madres de Plaza de Mayo eran la prueba inequívoca de que aquellos seres habían existido realmente y de que cada uno, desde sí mismo, era insustituible. Todo totalitarismo tiene como énfasis esencial ese intento de borradura, el quebrar al individuo no sólo físicamente sino en su propia vida interior, borrar la continuidad del propio yo y hacer de ese individuo un nadie, una brizna casual, un muerto sin muerte. Era como arrojar al individuo a una historia sin historia, a una catacumba sin nombre. Al ninguneo. Disolverlo. Esfumarlo. 
Poner nuestra memoria en sus rastros, usar de la palabra como denuncia y redención, es una de las luchas más hondas que podemos llevar contra los nazismos de diverso cuño que han habitado – y habitan – nuestro universo. Y debo reconocerlo, entre esos nazismos descubrí, en la progresión de mis días y de sus anécdotas vitales, que el totalitarismo no era sólo monopolio de la derecha sino que la izquierda, por la cual yo había apostado, contenía en sus entrañas otra manera del antisemitismo, aquel que disfrazado de cuestionamiento de Israel, de su derecho a la vida disfrazado de crítica política, de su lucha por su propia liberación nacional calificada como racista, sostenía, al fin de cuentas, iguales prejuicios. Naturalmente que se debe combatir toda forma de totalitarismo e incluso criticar un gobierno que toma medidas reaccionarias, pero lo que está prohibido para un auténtico hombre de izquierda es hacer de gobierno y pueblo sinónimos siniestros para justificar un prejuicio – inconsciente o no – vestido de racionalización ideológica. Gabriel Albiac cuenta una anécdota que quiero traer a estas páginas por su significación pertinente: “Hace ya varios días que la pintada estaba ahí, frente a mi ventana. ¡Muerte a los judíos! La firmaba no sé qué fracción extrema de Falange. Me había habituado a verla como parte del paisaje. Ya, la verdad, ni la veía. Esta mañana noté algo raro. Me fijé más. Alguien había tachado la firma. La había sustituido por las siglas de un grupo de izquierda radical. El texto permanecía intacto.”
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*Arnoldo Liberman (Entre Ríos, 1933) es médico psicoanalista, crítico de arte y escritor. Reside en Madrid desde hace 30 años.Es autor de poemarios y ensayos, entre estos últimos se destacan: Grietas como templos: biografía de una identidad (1984), Freud, el judío que regresó de Egipto (1990), Música. El exilio acompañado (2000) y Exodo y exilio. Saldos y retazos de una identidad (2006) del cual que se extrajo este fragmento. Es colaborador habitual de Raíces, revista judía de cultura - de la que ha sido miembro fundador-, y de otras publicaciones, con ensayos sobre temas psicológicos y artísticos. Ha recibido prestigiosos premios por sus obras. 
Exodo y exilio (Editorial Sefarad, 2006) está disponible en nuestra Biblioteca.

Ciclos culturales

LA AVENTURA DEL ARTE MODERNO EN LA ARGENTINA"
Una visión integradora de las artes en nuestro país
a cargo del Arq. Adrián Barcesat

Un recorrido por la totalidad de las manifestaciones artísticas de nuestro país, desde 1880 hasta la actualidad, a través de material audiovisual que ilustra la pintura, la escultura, la música, la arquitectura, la danza, la poesía y el cine del período.

Parte I (8 clases)
De arte de la generación del ´80 a la vanguardia concreta de los ´40

Programa:
1. El arte de la generación del ´80
Civilización o barbarie como paradigma fundacional
La infancia del tango

2. La renovación académica
El nacionalismo como patrón cultural en el Centenario
La aparición del cine y el relato oligárquico

3. Antiacademia y Modernismo
El impresionismo periférico y las reacciones antiacadémicas
Art nouveau

4. La Modernidad periférica I
El grupo Florida y Martín Fierro
El cubismo, la vuelta al orden y el art decó

5. La Modernidad periférica II
El Grupo de París y los neorománticos
El nacionalismo musical
Borges y “Luna de enfrente”

6. La emergencia de lo social I
Boedo y lo popular urbano
Lo latinoamericano en la pintura
La Guardia Nueva en el tango

7. La emergencia de lo social II
El realismo crítico en pintura
La impronta de Siqueiros
Discépolo y Manzi
La novela moderna: Arlt

8. La gestación del país moderno (1940-1955)
El surrealismo y las vanguardias concretas rioplatenses
Maduración del nacionalismo musical / Alberto Ginastera
Orquestas típicas, cantantes y autores
Los intelectuales de Forja y la emergencia de los sectores populares
Le Corbusier y la vivienda social
El cine entre la comedia rosa y la denuncia social

Comienza el lunes 25 de agosto
Los Lunes, a las 18.30 hs.
Lugar: Biblioteca Popular “Alberto Gerchunoff”
Informes e inscripción en Biblioteca o cultura@hebraica.org.ar
Actividad gratuita para socios

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CICLO DE CINE Y LITERATURA
A cargo de Mario Méndez

Por séptimo año consecutivo, conjuntamente con el Programa Bibliotecas para Armar de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad:

Escritores que hacen cine”
Análisis y debate de los films. Se exhibirá Wakolda, Ardiente Paciencia,
Los hombres duros no bailan, Rapado, Teorema, La mujer zurda, entre otros.

Comienza el martes 26 de agosto
Los Martes, a las 19.00 hs.
Lugar: Biblioteca Popular “Alberto Gerchunoff”
Informes e inscripción en Biblioteca o cultura@hebraica.org.ar
Actividad libre y gratuita