Horario de Atención

Lunes a Viernes de 13.00 a 19.00 hs. 1 Piso de la Sociedad Hebraica Argentina - Sarmiento 2233

jueves, 28 de febrero de 2013

Diálogos entre dos mundos


Por Jack Fuchs y Silvia Lef

Silvia:
Jack, nuestro diálogo de hoy,¿sobre qué item lo elegirías?

Jack:
70 años de la derrota de Stalingrado o de la victoria frente al nazismo. Al respecto, sólo diré que en 1943 el aparato para liquidar al pueblo judío en Europa estaba en marcha. No hubo victoria alguna sino más bien derrota en marcha. El plan de eliminar al pueblo judío estaba en plena vigencia hacia 1943. En Lödz, en Francia, en Grecia, en Hungría. Había cerca de 3.000.000 de judíos. En medio de una doble guerra: una guerra contra el mundo libre y, a la par, una guerra contra el pueblo judío, perseguido metódica y sistemáticamente siempre. ¿Cómo pueden hablar de victoria? Dos guerras simultáneas y paralelas: una contra Occidente y otra contra el pueblo judío de Europa. Los convoyes de Roma, de Bélgica, de Hungría, de Checoslovaquia hacia Auschwitz no cesaban de andar. Rumbo a la consabida muerte, las máquinas de hacer desaparecer a los judíos jamás dejaron de funcionar hasta el 45 y, luego, vinieron otras tragedias.

Silvia:
¿Qué sentís y qué pensás respecto de estas lecturas?

Jack:
Me afecta mucho y no puedo aceptar que un grupo de hijos de sobrevivientes celebre lo que nombra como la victoria de Stalingrado. La lucha siguió al menos por dos años más, con millones de muertos como saldo, de entre los aliados, de entre los nazis, de entre los fascistas. Sólo en 1943 murieron 3 millones de judíos. No fue ninguna derrota del nazismo. Tampoco fue ninguna victoria de quien le arrancó el poder al nazismo. Hubo dos guerras en líneas co-existentes: la guerra contra los judíos, ancestral y la guerra contra el mundo libre que ya dejaría de serlo.
Me duele. Plena derrota del pueblo judío: incesantes transportes a los campos de la muerte, sin interrupción, sin pausa. ¿De qué victoria me hablan? No se engañen. No se auto-engañen. Hay que decir lo que es cierto aunque cueste y aunque sea doloroso. Fue tan sólo el principio de aniquilación del pueblo judío: una guerra perdida. Sin victoria. Los que se salvaron fue por “puro azar”, no por deseo. No se puede hablar de que ganamos la guerra. Eso es autoengaño. Después vino otra tragedia: la de la liberación…

Silvia:
¿Respecto de ese significante, “liberación”, qué opinás?

Jack:
El mundo fue indiferente a la matanza de judíos. Durante los casi cinco años que duró la segunda guerra mundial no hubo noticia alguna que transmitiera acerca de esta persecución. ¿Cómo puede ser?
De modo tal que no hubo tal “liberación”. A partir del día siguiente, fueron muriendo los que habían sobrevivido: algunos por enfermedades, otros por desnutrición.

Silvia:   
Tal vez nos debamos auto-reflexión y un criticismo sine qua non como specie humanitatis. Este diálogo contigo me parece nodal existencialmente porque has vivido muchas de esas situaciones y tu voz reflexiva, a la par de sensitiva, debe escucharse con máximo respeto. En honor, además a nuestra ética hebraica que hace en el día a día una doble apuesta: a la alteridad y al respeto por la diferencia que ésta implica, siempre y vez a vez. Donde la Vida y cada vida, el Otro y cada otro, como semejante valen el universo entero.

Jack:
Sin duda Silvia. Estoy muy dolido por el silencio, por la omisión de mención, por la falta oportuna de denuncias que habrían evitado las matanzas, por la complicidad de quienes sabiendo callaron…

martes, 26 de febrero de 2013

Presentación del libro



   “De silencios, voces y de buscar respuestas”

de ENRIQUE NOVICK



Intervienen:
Marita Rodriguez
Mario Ber
y el autor
Coordina: Gerardo Mazur

Miércoles 13 de Marzo de 2013, a las 19.30 hs.
Café Literario - Sarmiento 2233
Entrada libre

Seminario


ÉTICA HEBRAICA Y PSICOANÁLISIS:
“Exégesis contemporánea del ser judío en el Siglo XXI”

- Psicoanálisis: Freud y Lacan
- Retorno a la Letra talmúdica en Freud: “El Malestar en la Cultura”
- ”Tótem y Tabú”
- “Moisés y la Religión monoteísta” 
- Retorno de la Palabra de la Torah en Lacan: ”Transmisión y Talmud”; clase única de 
“Los   Nombres del   Padre”
- Exégesis contemporánea del ser judío: Jean Claude Milner, Slavoj Zizek, François Regnault.

A cargo de la Dra. Silvia Lef
Inicio: Jueves 14 de Marzo, a las 19.00 hs.
Cinco encuentros semanales
En Biblioteca

Informes e inscripción en Biblioteca o cultura@hebraica.org.ar
4127-2273 – Sarmiento 2233, 1º piso
Actividad gratuita para socios
No socios: $40 .- por clase.





Artes Plásticas




Exposición de pinturas de MANFREDO TEICHER
 Médico, psicoanalista y artista plástico. 
Didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina



Inauguración: Lunes 11 de Marzo de 2013, a las 20.00 hs
Hasta el 25 de Marzo

Café Literario - Sarmiento 2233
Entrada libre

Diálogos entre dos mundos



Por Jack Fuchs y Silvia Lef

Jack:
Siempre me pregunto: ¿cuál es el motivo de las guerras?
Creo que el hombre, el ser humano, no puede matar por matar. Por ende, siempre busca porque la necesita una excusa para cometer esos actos. Por otra parte, noto que en la historia siempre hay escapismos, desvíos. Como si del hoy no se pudiera hablar. Siempre el ayer para desviar lo que urge.

Silvia:
¿Cómo ves al ante del humus? ¿Escapista? ¿Evasor? ¿Prófugo de los valores esenciales?

Jack:
Lo veo desviado a través de ideologías que enmascaran las verdaderas inclinaciones humanas. Siempre afuera está el culpable. Y, la culpa nunca es propia: siempre es del otro.

Silvia:
¿Pensás que hay algo así como un mecanismo de proyección? ¿El Otro es siempre el otro?

Jack:
Creo en la permanente contradicción. Valores ambivalentes. Luchas entre ideas. Veo muchas cosas que no comprendo: absurdas, sin sentido, ilógicas. Vos, Silvia, dime por favor si creés que estoy fuera de foco o con un centro equivocado. Criticame, dime lo que te parecen mis ideas.

Silvia:
Creo comprender adonde apuntan tus reflexiones y también tus críticas. Además, pienso que hay diversidad de lecturas y de lógicas. Apuesto a las “heterodoxias”. Vos siempre decís que prima más la crítica al semejante que la propia crítica. Hagamos ejercicio de esa función. Debatamos nuestros propios criterios en intercambio.

Jack:
 ¿Dialógico o monológico?
Me encanta el ping pong de ideas contigo.
¿Qué saldrá de ahí?

Silvia:
 Acaso: ¿un diálogo entre dos mundos?

viernes, 8 de febrero de 2013

Misceláneas judías para la pausa del Sábado

28 de Shevat de 5773
 


Las genealogías (capítulo XXIV)
de Margo Glantz

Los pasaportes eran largas hojas, tamaño oficio, escritas por los dos lados, con un retrato de un joven, muy joven, idéntico a mi sobrino Ariel que sonríe con los ojos y que es mi padre, un adolescente que se casó con mi madre y emigró con ella, de repente, como relámpago (así deben haberlo sentido mis abuelos) hacia tierras lejanas y tropicales de las que nunca regresó. Para salir de Rusia mi papá tuvo que dar también algunos tcherbontzes de oro con los que pudo doblegar su edad una vez y aumentarla otra: la edad límite oscilaba entre veinte años y veinticuatro, él tenía veintidós. En una ocasión unas monedas de oro le otorgaron un nacimiento cabalístico y redondo como el fin del siglo: el oro lo colocó del otro lado, justo en 1899, diciembre. otra vez el oro lo situó en un número menos uniforme y menos significativo, en 1904. Triunfó el fin de siglo y mi papá llegó a México con un pasaporte que ostenta la primera fecha. Mis padres salieron para Moscú donde estuvieron dos meses, de enero a marzo de 1925, se alojaron en casa de una pariente de mi madre que albergaba konsomoles: era una casa transformada en caserna, casi en hospital o en gimnasio, con las camas divididas unas de otras por cortinas hechas con sábanas. Allí se quedaron de contrabando. En Moscú le ofrecieron a mi padre un puesto administrativo al que tenía derecho por ser de ascendencia proletaria, procedía de una colonia agrícola y se había dedicado a las labores del campo. Mi padre prefirió salir rumbo a América donde le esperaban sus parientes y a la que llegaría luego, en noviembre de 1925, su madre. Al llegar a Riga en ferrocarril se enteraron de que la frontera de los Estados Unidos ya no era libre y decidieron irse para Cuba: era muy fácil y barato. Pasaron por Berlín, y en Amsterdam los esperaban representantes de una organización internacional judía, la Haias, para proporcionarles alojamiento y algo de dinero. Mi madre vendió sus vestidos en Moscú, y con ese dinero salieron para América.


-¿Pensabas que ibas a regresar a Rusia alguna vez?
- No. La salida de Rusia entonces era libre. Tu tío todavía pudo salir en el 28, sí, tu tío Volodia. Eran los comienzos del régimen de Stalin.
- Yo todavía recuerdo a Trotski cuando pasó por Odesa, rumbo a Crimea, iba envuielto en una gran capa.
- Sí, en Amsterdam, no, no era Amsterdam, era Rotterdam, allí me enfermé, creo que de calentura y el representante de la Haias me trajo unas cápsulas de aceite de ricino, tan gordas que nos se podían tragar. En México las guardé durante muchos años como recuerdo. Al final de nuestra estancia en ese puerto llegó ese cheque del que te hablé y los demás, todos contentos, llegaron a avisarnos que llegó dinero, porque todos los demás tenían dinero. El barco se detuvo en Santander, último puerto antes de La Habana, y allí vimos que la mayoría de la gente, casi todos, no iba a Cuba sino a México, entonces cambiamos nuestro viaje porque costaba 10 dólares más el pasaje y 4 dólares una visa y por eso llegamos a México. Aquí no podíamos entrar sin demostrar que teníamos cada uno 100 dólares por lo menos para desembarcar, y entonces fue cuando el contramaestre, el zeil meister,  el segundo de a bordo, me entregó un paquete con 200 dólares para papá y para mí. Por fin, con 15 dólares desembarcamos aquí, hacía mucho calor y entonces sí, me sentí muy sola, no conocíamos a nadie, y me asusté, yo llevaba un vestido muy elegante de georgette negro que había comprado con parte del dinero que nos habían enviado los parientes a Rotterdam, ese vestido que llevo en el retrato, el de los shif brider, y cuando viajamos en el tren hacía mucho frío, ya sabes cuando se sube hacia México, era el 15 de mayo, y entonces encontramos, primero que nadie, en Córdoba, Kurtchanski que subió, ya sabes, el papá de Kurtchanski...
- Mmm, sí.
- Iba como peddler, ya sabes, como abonero, con corbatas, y con moñitos, parecía como un diablo, y lo primero que nos dijo:
- No digan que son judíos, digan que son alemanes.
- ¿Por qué?
- Pues podíamos decir que éramos rusos y no alemanes, y nos sé por qué, yo me sentí muy feo porque yo no hablaba alemán para decir que yo hablo alemán. Llegamos a México y nos recibió el representante de la Bnei Brith. Ellos tenían un dormitorio para solteros pero como nosotros llegamos casados tuvimos que ir a un hotel, y... este, como sólo teníamos 15 dólares alquilamos un cuarto que costaba 35 pesos al mes, muy caro para aquel entonces, y 15 dólares fueron 34 pesos, entonces pagamos sólo dos semanas y nos quedamos allí.
- Y ¿qué comían?
- Pues, comíamos...teníamos derecho de cocina. Salía a comprar bolillos, a dos por cinco y un poco de carne molida y hacía kokleten, y así vivíamos. No sé si nos daban algo del Bnei Brith, no sé.
- Me imagino, si no, ¿cómo comían?
- Nos llegó luego un cheque por 5 dólares de la familia, ya sabes, pensaban que estábamos en los Estados Unidos y que pronto podíamos ir a trabajar a una fábrica. Cuando abrí la carta y vi que eran 5 dólares, entonces me sentí perdida.


******

 Las genealogías es un testimonio emotivo que recupera los orígenes de una familia de judíos en México. Se trata de la familia de Margo Glantz (Ciudad de méxico, 1930), escritora, ensayista, crítica literaria, traductora y profesora emérita de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado más de 30 libros de ficción y ensayo literario. Ha sido distinguida con numerosos premios prestigiosos.

jueves, 7 de febrero de 2013

Diálogos entre dos mundos

Por Jack Fuks y Silvia Lef

Jack:
Siempre pienso que en siglo XXI todo cambió y a la vez nada cambió.
Todo es Nada. Fijate que decir eso es como negar alguna singularidad respecto de algo.

Silvia:
Tal vez desde el punto de vista ontológico lo genérico y/o lo general, no digan más que una regla para todos. En cambio, la singularidad, la identidad apuntan a la especificidad, a la diferencia.

Jack:
Tengo en mi memoria el número de Lager y, por ejemplo, el número de mi documento no lo sé de memoria. Hay cosas que se te graban y otras que no. Algunas cuestiones que nos sucedieron como humanidad no las puedo explicar, no resisten la lógica, son como absurdas, "locura total". No las comprendo. Son como enigmáticas.

Silvia:
A lo mejor la otra lógica, no ya la concierte, no ya la cartesiana, no ya la de la razón aristotélica sino la freudiana, puedan abrir un otro sendero para pensar y repensar qué sucede con nosotros, los entes del humus.

Jack:
Me acuerdo de mi infancia y de la enseñanza del Bund. Recuerdo la apuesta a la educación. El aprender a delegar en otros con aptitudes para ello. En ese sentido, preservo el idealismo de antaño y "sueño con hacer revoluciones". Veo en la realidad actual gran falta de autocrítica. De niños, habíamos aprendido a mostrar la parte oscura de la realidad. Hoy pienso en un mundo donde no haya carencias en las necesidades básicas, sin desnutrición, sin mortandad por enfermedades precoces. Pensábamos en las tajles. No en el Mashiaj/Mesías ni en los milagros/nisim.¿Es posible nuestro diálogo?
¿Somos dos mundos: vos y yo?
¿Entre el Psicoanálisis y el Talmud, entre la filosofía práctica y cotidiana, aunque con el idealismo de otrora?
¿Será posible, será real, será mi fantasía?
¿Existen los diálogos o sólo hay monólogos como dos líneas paralelas y rectas que nunca se cruzan?
Intento llevarte a mi terreno y vos siempre con esos enlaces interdisciplinarios entre Abraham, Itzjak, Jacob, con Freud...con Lacan...

Silvia:
¿Acaso, Jack, vos no sos también Jakub...?
¿Y no te nombraban en idisch como Yankele...?      

viernes, 1 de febrero de 2013

Misceláneas judías para la pausa del Sábado

21 de Shevat de 5773

El chofer que quería ser D’ s
de Edgar Keret


Este cuento es sobre un chofer de autobús que no estaba dispuesto a abrirle la
puerta a la gente que se retrasaba. No estaba dispuesto a abrirle la puerta a nadie.
Ni a los chicos del secundario que corrían paralelo al autobús y le clavaban miradas
tristes; ni menos aún a la gente nerviosa con camperas militares que golpeaban
con fuerza con la puerta, como si ellos hubiesen llegado a tiempo y fuese él quien
estaba en falta; ni siquiera a las viejecitas cargadas con bolsas de papel marrón con
las compras, que le hacían señas con mano temblorosa.
Y no era por la maldad que no abría la puerta, porque este chofer no tenía ni una
pizca de malvado: era por ideología. La ideología del chofer decía que si,
supongamos, la demora en subir de alguien que se había atrasado era de apenas
medio minuto, y la persona que quedaba fuera del autobús perdía por ello un
cuarto de hora, seguía siendo más conveniente para la sociedad no abrirle la
puerta, porque ese medio minuto lo perdía cada uno de los que viajaban en el
autobús y si, supongamos, en el autobús había unas sesenta personas que no
habían hecho nada malo y que habían llegado a sus respectivas paradas a tiempo,
entonces perdían todos juntos media hora, que es el doble de un cuarto. Ésa era la
única razón por la que no le abría la puerta a nadie. Sabía que los que viajaban no
tenían ni idea de esta razón, ni tampoco los que corrían tras él haciéndole señas de
que abriera. También sabía que la mayoría de ellos pensaban que él era
sencillamente un h… de p... y que en lo personal le resultaba mucho, mucho más
fácil dejarlos subir y recibir agradecimientos y sonrisas. Sólo que si debía elegir
entre los agradecimientos y las sonrisas por un lado y el bien de la sociedad por el
otro, el chofer prefería esto último.
La persona que supuestamente padecía más esta ideología del chofer se llamaba
Edi, pero él, a diferencia de los otros personajes del cuento, ni siquiera intentaba
correr tras el autobús, de tan haragán y pusilánime que era. Este Edi era ayudante
de cocina en un pub-restaurante que se llamaba Bar-Athos, por el mejor juego de
palabras que su estúpido dueño había logrado encontrar como nombre. La comida
del lugar no era gran cosa, pero Edi era una persona muy amable, tan amable que
a veces, cuando un plato no le salía especialmente bien, lo llevaba en persona a la
mesa y se disculpaba. Fue en una de esas disculpas que encontró la Felicidad, o al
menos la posibilidad de la Felicidad, bajo la forma de la una chica tan simpática que
trató de comer toda la carne asada que le había preparado, para que él no se
sintiera mal. Esta chica no quiso decirle el nombre ni darle su número de teléfono,
pero fue lo bastante dulce como para aceptar encontrarse con él al día siguiente a
las cinco, en algún lugar a determinar, en la piscina de exhibición de los delfines,
para ser más exactos.
Edi tenía una enfermedad por la que ya se le habían arruinado muchas cosas en la
vida. No era el tipo de enfermedad que te hace crecer pólipos o ese tipo de cosas,
pero sin embargo ya le había causado mucho daño. Esta enfermedad provocaba
que él durmiera siempre diez minutos de más, y no había despertador que pudiera
con ella. Por eso llegaba siempre tarde al trabajo en el Bar-Athos: por eso y por
nuestro chofer, que siempre prefería el bien de la sociedad por sobre los
argumentos a favor del individuo. Sólo que esta vez, puesto que se trataba de la
Felicidad, Edi decidió vencer la enfermedad y, en lugar de dormir al mediodía,
quedarse despierto mirando televisión. Para mayor seguridad se puso, no uno, sino
tres despertadores en cadena, e incluso solicitó el servicio telefónico. Pero su
enfermedad era de difícil curación y Edi durmió como un bebé frente al canal
infantil y se despertó todo transpirado por el grito ensordecedor de miles de
despertadores, diez minutos demasiado tarde. Salió a la calle con la misma ropa
con la que había dormido y comenzó a correr en dirección a la parada del autobús.
Ya no recordaba cómo se corría, y los pies se confundían un poco cada vez que
bajaba a la vereda. La última vez en su vida que había corrido había sido antes de
descubrir que podía escaparse de las clases de gimnasia, aproximadamente en
sexto año, sólo que a diferencia de esas clases de gimnasia, esta vez corría con
todas sus fuerzas porque ahora también tenía algo que perder, y todo el dolor en el
pecho no era nada en su carrera tras la Felicidad. Todo era en realidad
insignificante para él, todo salvo nuestro chofer que acababa de cerrar la puerta y
comenzaba a dejar la parada.
El chofer vio a Edi por el espejo, pero como ya dijimos, tenía una ideología fundada
en la lógica que, por sobre todo, se basaba en la justicia y el cálculo simple. Pero a
Edi ese cálculo no le importaba; era la primera vez en su vida que realmente corría
para llegar a tiempo y por eso siguió persiguiendo el autobús aún cuando no tenía
ninguna chance de alcanzarlo. Súbitamente su suerte decidió ayudarlo, pero sólo a
medias, porque cien metros después de la parada había un semáforo, y el
semáforo, un segundo antes de que llegara el autobús, se puso en rojo. Edi logró
alcanzar el autobús y arrastrarse hasta la puerta del chofer. Ni siquiera golpeó el
vidrio, de la poca fuerza que le quedaba, sólo lo miró al chofer con ojos
humedecidos y cayó de rodillas, agotado y sin aliento. Esto le recordó algo al
chofer, algo del pasado, de una época en que aún no conducía autobuses, de
cuando todavía quería ser D s. Este recuerdo era un poco triste porque al final el
chofer no se había vuelto D s, pero también era alegre, porque terminó siendo
chofer de autobuses, que era lo segundo que más deseaba. Y de pronto el chofer
recordó que una vez se había prometido a sí mismo que, si finalmente llegaba a ser
D s, sería clemente y misericordioso y escucharía a todas sus criaturas, y cuando
vio a Edi, desde las alturas de su asiento de chofer, de rodillas sobre el asfalto,
sencillamente no aguantó más, y a pesar de toda la ideología y el cálculo simple, le
abrió la puerta y Edi subió y ni siquiera dijo gracias de tan exhausto que estaba.
Conviene dejar de leer este cuento aquí, porque aunque Edi llegó a tiempo a la
piscina de los delfines, al final la Felicidad no pudo llegar porque tenía novio. Pero
de tan amable que era, no quiso decírselo para no ofenderlo, y por eso había
preferido dejarlo plantado. Edi la esperó en el banco convenido durante casi dos
horas. Mientras estuvo sentado, pensó cosas deprimentes sobre la vida y después
también observó el atardecer que fue relativamente hermoso. Y se acordó de los
calambres musculares que iba a tener dentro de poco. De regreso, una vez que
decidió volver a su casa, vio desde lejos el autobús detenido en la parada mientras
bajaban los pasajeros, y supo que incluso de haber tenido la fuerza y el deseo de
correr, jamás lo habría alcanzado. Entonces siguió caminando lentamente, sintiendo
a cada paso un millón de músculos cansados, y cuando al final llegó a la parada, el
autobús todavía estaba ahí esperándolo, y el chofer, a pesar de los murmullos de
irritación, esperó que Edi subiera y no tocó el acelerador hasta que él encontró un
lugar donde sentarse. Y cuando empezó a andar, le lanzó a Edi una mirada tan
triste por el espejo, que hasta logró que todo el asunto le resultara casi soportable.

                                                             *********

Acerca del autor:
Edgar Keret nació en Tel Aviv en 1967. Escritor y cineasta. Sus cuentos, de
venta masiva en Israel, han sido traducidos a más de diez idiomas en todo el
mundo. Su película Malka Red-Heart ganó el mayor premio otorgado en Israel y fue
aclamada en varios festivales internacionales de cine. Actualmente es profesor en la
Escuela de Cine de la Universidad de Tel Aviv. Este cuento pertenece al libro “El
chofer que quería ser D s”, que encara la situación de actual de Medio Oriente
mediante la ficción. Desde la Intifada, este libro fue el primero de un autor israelí
que se tradujo al árabe y se publicó en Ramalá, donde se agotó en poco tiempo.

Novedades literarias



La edad de la duda, Andrea Camilleri 

La edad de la duda (L´età del dubbio, 2008) es la última novela del ya conocido comisario Moltalbano traducida al español. Un cadáver es hallado en el mar por la tripulación de un barco de lujo. El comisario, que tiene ya cincuenta y ocho años, se enfrenta a un enrevesado caso de repercusiones internacionales y, sobre todo, a su propia crisis existencial.
Camilleri, con su habitual prosa de admirable frescura, supera las coordenadas sicilianas para retratar la diversidad individual y social de nuestro mundo. Mucha crítica, mucha parodia, mucho humor, mucha inteligencia… Y, por encima de todo ello, una mirada comprensiva con las debilidades humanas como origen de todos los conflictos posibles.


 La novia sefardí, Éliette Abécassis

Los sefardíes… agridulces y salados, divertidos y nostálgicos, generosos y orgullosos, sinceros e hipócritas, risueños y trágicos… Ella estaba allí, encorsetada en el traje tradicional, extranjera entre ellos y familiar sin embargo, prisionera de sus orígenes. Estaba allí, esperando, como la esposa oriental, al hombre que había prometido casarse con ella y que no era otro que un sefardí. Ella es Esther Vital, judía marroquí nacida en Estrasburgo, una mujer dividida entre el peso de la tradición y de la familia, la nostalgia de los paraísos abandonados —desde la España de Córdoba y Toledo, hasta el Marruecos de Mogador a Fez— y la ilusión de libertad de una mujer moderna que ha escogido casarse por amor.


Llega un hombre y dice, Nicole Krauss

Después de vagar perdido más de una semana en el desierto de Nevada, Samson Greene, profesor de Literatura en la Universidad de Columbia, es encontrado en un aparente estado de amnesia. Ha perdido todos sus recuerdos desde la edad de doce años, y ahora, convertido en un adulto inteligente y sensible con los recuerdos de un niño, procura reanudar su antigua vida en Nueva York con el apoyo de Anna, su mujer.
Nicole Krauss explora con total desenvoltura el papel que los recuerdos desempeñan en la identidad de las personas, y hasta qué punto la desmemoria, en el cambiante y acelerado mundo contemporáneo, es un estado misteriosamente temido y deseado al mismo tiempo. El resultado es esta novela hermosa y brillante, profunda y honesta, que no deja a nadie indiferente.


La sangre que corre, Myrtha Schalom

Berta Goldleibn llega a Buenos Aires desde la colonia judía de Moisesville con su marido, Samuel, a quien le han prometido un puesto de matarife ritual. El matrimonio se afinca en Mataderos y conoce allí a un boxeador en ascenso: Justo Suárez, el Torito.
La violencia no sólo se vive en las playas de matanza y sobre el ring: con el correr de los años, la amiga de la infancia de Berta cae en manos de los proxenetas de la Zwi Migdal, se suceden los golpes militares en Argentina, llegan desde Europa noticias sobre el Holocausto...
Myrtha Schalom, autora de la exitosa novela La Polaca, expone la visión de una mujer sobre la violencia del siglo XX y la voluntad de ir más allá de los mandatos patriarcales.


Otros títulos disponibles:

Baila, baila, baila, Haruki Murakami
Un final perfecto, John Katzenbach
Diario de un cuerpo, Daniel Pennac
El verano sin hombres, Siri Hustvedt